domingo, 10 de marzo de 2013

1999

Ayer recordé que en 1999, cuando tenía siete años, trajeron a mi casa un gato. El gato no salió de mi casa nunca más. Era tan bonito, tan chiquitín, tan gracioso, tan cariñoso, tan juguetón... Le escribí una poesía.

Hace un par de años descubrí que toda mi infancia fue una mentira. Encontré la poesía de mi gato y me horroricé al verla. Cuando tenía siete años todo el mundo me decía que lo que escribía estaba muy bien. Claro, muy bien para una niña de entre cinco y diez años (qué feliz era aquella niña que se veía escritora), pero no estaba bien, no estaba nada bien.


Con siete años no tenía ni idea y, sin embargo, tenía más idea que ahora.


domingo, 3 de marzo de 2013

...

     No puedo. Las noches me superan. 
     Ha salido el sol después de dos semanas. La ciudad es bonita hasta con el cielo gris que tiene casi siempre, pero el sol le da un toque de frescura, sobre todo por la mañana. Tranquilidad en Brynmill, mucha tranquilidad. A los únicos que se les oye: unos obreros que están arreglando un tejado. Los gatos se pasean a sus anchas como en los pueblos. Esto es como un pueblo, siempre lo digo. Los árboles y la pradera de Singleton park brillan. Es un brillo especial, un brillo que te hace brillar a ti también. 
     Lo malo del invierno, aunque se aproxime la primavera, es que anochece pronto. Y lo que la noche se lleva es el sol, el calor y mi alegría. 
     Necesito que alguien me haga reír de verdad. Incluso que me abracen. Un abrazo infinito. 
     Lo único bueno de las noches son las estrellas, pero desde esta habitación no se ven. Al menos desde enero. Así no puedo con las noches.